Dialogar y concertar acuerdos, es la única manera de acabar con las protestas manchadas por muertes, violaciones, heridos y desaparecidos.
Por:
Evieth López Pinedo
Colombia, un
país rico en recursos naturales, dueño de una ubicación geográfica envidiable y
rodeada de dos océanos, además, cuenta con una exuberante riqueza en fauna y
flora, paisajes hermosos, gente trabajadora y dispuesta a salir adelante, a
pesar de todas las adversidades y el infortunio que ha tenido a lo largo de los
años a causa del conflicto armado, la lucha contra las drogas, la injusticia
social y los gobiernos corruptos. Han sido sesenta años de una constante batalla
tanto política como social, que, al día de hoy, se vuelca hacia las calles
buscando sanar heridas y atropellos a la clase trabajadora.
La población
colombiana, en su mayoría los jóvenes, llevan tres semanas saliendo a las
calles a protestar, a estos, se les ha unido diferentes gremios, grupos
empresariales, indígenas y toda la sociedad civil en general que se ha sentido
golpeada por el gobierno, los cuales se han burlado y mentido en la cara del
país.
Durante la
campaña electoral, el hoy presidente de la república predijo que en su gobierno
se buscaría aumentar sueldos y reducir impuestos, mejores oportunidades de
empleo para los jóvenes, economía naranja y diversas propuestas que parecían
atractivas en su momento para las personas, pero que, a día de hoy, todo ha
quedado en palabras y mentiras.
Aunque la
gota que rebosó el vaso fue la reforma tributaria anunciada por el gobierno del
presidente Iván Duque, que en vez de reducir impuestos los elevaría, y que
condujo a las personas a salir a las calles, el inconformismo y disgusto social
va más allá, por lo que ésta no es la única razón de las protestas en el país. El
desempleo sigue en aumento y las pocas oportunidades de trabajo son el pan de
cada día de muchos jóvenes. El mal manejo que se le ha dado a la pandemia del
Covid-19, el incremento de la población en situación de pobreza monetaria, el
asesinato de miles de líderes sociales en los últimos años, la idea de acabar
con la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), y a todo esto se le suma una
nueva reforma a la salud que va en contravía con las necesidades del pueblo
colombiano (reforma que por cierto será archivada y no verá la luz al final del
túnel), son algunas de las razones de la gente para salir a las calles el
pasado 28 de abril, y a día de hoy seguir luchando en ellas.
Pero estas
protestas se han convertido en un brutal salvajismo por parte de las
autoridades, que en muchas ocasiones han oprimido diferentes movimientos
sociales pacíficos, provocando decenas de muertes, heridos y desaparecidos, y
que se agudizó por un trino del expresidente Álvaro Uribe Vélez, donde menciona
el “derecho de los soldados y policías a usar sus armas” haciendo referencia a
la utilización de estas en contra de su mismo pueblo. Dicha expresión, va en
total contravía de unas instituciones que juran proteger y salvaguardar la vida
de toda la población civil del país. Además, se nota la doble moral del expresidente,
quien, en tiempos anteriores durante las protestas en Venezuela, les pedía a
las autoridades bajar las armas y no disparar contra la ciudadanía.
El
desgobierno del país también se ve reflejado en la corrupción, que es otra
piedra en el zapato para el presidente, esta le cuesta a Colombia miles de
billones de pesos, dinero que al final termina saliendo de los bolsillos de los
colombianos. La excusa para sacar una reforma tributaria nefasta es que no hay
dinero, pero sí lo había para “salvar de la quiebra” a una empresa
multimillonaria como Avianca, para comprar aviones de guerra, carros blindados
o malgastarlo en un programa diario que nadie ve y que no aporta ninguna ayuda
o solución a la pandemia del Covid-19.
Colombia
eligió un gobernante que no ha sabido direccionar el país ni ha entendido la
coyuntura social, política y económica que vive la población, cosa que quedó
demostrada sacando a relucir una reforma tributaria que afectaría el bolsillo
de los colombianos, en el peor momento de la pandemia.
Esto no se
trata de dos bandos, de derechas e izquierdas, buenos y malos, policías contra
ciudadanía y viceversa. Se trata de buenas políticas y malas decisiones que
afectan al país. Las protestas y marchas son sinónimos de descontento,
desgobierno y justicia social. La gente no quiere nada regalado como muchos
piensan, la gente solo pide lo que por derecho el Estado debe proveerle:
educación pública gratuita y de calidad, servicios de salud dignos, reformas que
no afecten el bolsillo de la clase trabajadora, oportunidades de empleo y que
se respeten los derechos humanos y la vida de los que luchan por estos.
Las marchas
y protestas mientras sean pacificas deben seguir, esto hasta que el gobierno
por fin los escuche y no decida acabarlas enviando a la fuerza pública a
“mantener el control” de las ciudades, en vez de ir y concertar con diálogo las
necesidades de un pueblo golpeado por la oligarquía pura y salvaje. Claro que
no todos los policías y agentes del ESMAD son malos, ni tampoco hay que ocultar
que en las marchas se infiltran personas ajenas a la lucha social, y que, por
el contrario, se inmiscuyen en ella para afectar el bien ajeno y propagar el
terror y el vandalismo, pero siempre son una pequeña minoría que no representan
al verdadero país que quiere salir adelante y a unas instituciones del Estado
que en su mayoría respeta y cuida al ciudadano.
Basta ya de
retribuir todo lo malo que pasa en el país a la izquierda, quienes nunca han
gobernado y no tienen la culpa de las malas administraciones de los últimos
años en Colombia.
Twitter:
@eviethlopez
Correo:
eviethlopez@gmail.com
Argumentos claros. 👏🏻
ResponderEliminarSalir a las calles, es esa la única manera que podemos ser escuchados, súper tú artículo 👏🏻
ResponderEliminarEs un tema muy complejo y más aún si hablamos de política, corrupción, bandas criminales, guerrilla, en fin.....
ResponderEliminar